Opinión- Cesar Alonso de los Ríos y Juan Manuel de Prada lo definen bien : "La estrategia diabólica".


Reproducimos los artículos de dos columnistas consagrados de nuestra prensa nacional que no silencian ante esa "estrategia diabólica"-como lo define Juan Manuel de Prada-, la nueva ley del aborto. El análisis que ambos realizan de la situación es tan esclarecedora como estremecedora a la vez.

CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS
Viernes , 11-12-09

El sí del Gobierno al agravamiento de la Ley del Aborto, propuesto por Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Cataluña, llega a lo demoniaco, esto es, al disfrute del placer que produce el Mal. La implicación de la sociedad, de las jóvenes y de sus padres, de los educadores y de los profesionales de la Medicina, me trae a la memoria las denuncias que hacía Georges Bernanos de aquellos adultos que necesitan comprometer a otros, especialmente menores, en la transgresión del Bien. Necesitan que todo se corrompa. Que nada se salve. Los partidarios del aborto están haciendo lo imposible no sólo para encaminar a las jóvenes hacia el crimen, acallar a los padres y romper desde dentro las familias, sino que tratan de instalar la práctica del aborto en el plano de lo vulgar, de lo cotidiano, de la educación, desde la infantil a la universitaria. Ante este asalto bárbaro a la «normalidad» ni siquiera los profesionales que estén en torno a las liquidaciones de los fetos podrá echar mano de la objeción de conciencia.
Ante esto ¿qué pueden decirle a la sociedad los Bono y los Ibarra? ¿Qué, los teólogos de la liberación? Liberación ¿de qué y de quiénes? Debo decir que me repugna el comportamiento de los parlamentarios que van a aprobar esta Ley. En todos estos meses temí que la cobardía, el relativismo moral y el embotamiento al que han llegado las inteligencias de aquellos permitirían el éxito del texto socialista. Uno les conoce bien. No pensé, sin embargo, que fueran capaces de superar las cotas de infamia que necesita Zapatero para asegurarse los votos de BNG y CiU y poner a toda la izquierda a la «altura» de Joan Tardá y Gaspar Llamazares.
En una versión actual de «Los grandes cementerios bajo la luna», el Bernanos de turno tendría que inundar el paisaje de fetos descuartizados, sin que por ello la izquierda acusara mínimamente tan macabra realidad. La naturalidad con la que va a sacar adelante esta ley da la medida de su insensibilidad ante lo monstruoso.

JUAN MANUEL DE PRADA
Sábado , 12-12-09

ASÍ titulaba, en recuerdo de Bernanos, el maestro César Alonso de los Ríos el admirable artículo que ayer publicaba en ABC. Admirable por su probidad intelectual, por su coraje en la denuncia, por su capacidad para desentrañar las razones de fondo sobre las que se sustenta la nueva ley del aborto que el Gobierno se dispone a aprobar. No resulta frecuente en esta época de pensamiento gregario que un intelectual de formación izquierdista llegue, desde el ahondamiento en sus convicciones más hondas, a la crítica de posturas que otorgan salvoconducto en las aduanas del progresismo. Mucho menos frecuente aún resulta que tal crítica se desenvuelva con la lucidez y el brío que César Alonso de los Ríos despliega. En el artículo que ahora glosamos, nuestro autor afirmaba que la nueva ley del aborto «llega a lo demoníaco, esto es, al disfrute del placer que produce el Mal»; y es que, en efecto, sólo el regodeo en el Mal explica que la ley busque comprometer a la sociedad entera en «su insensibilidad ante lo monstruoso», de tal modo que la realidad macabra del aborto se convierta en algo cotidiano y vulgar, aceptado por millones de conciencias embotadas.
El artículo me ha parecido especialmente clarividente porque, procediendo de la pluma de un escritor de tradición laica, se atreve a mencionar lo demoníaco, el Mal con mayúscula, como explicación última de lo que está ocurriendo. Y es que la interpretación cabal de lo que está ocurriendo requiere una lectura sobrenatural; requiere entender la astucia sibilina con la que el Mal obra, para granjearse la complicidad de una sociedad y atraerla a su corrupción. Astucia que, en primer lugar, se muestra halagando a la sociedad que se pretende corromper, brindando satisfacción a sus apetitos más instintivos. Escribía Chesterton que no tardaría en proclamarse una religión erótica que, a la vez que exaltase la lujuria, prohibiera la fecundidad. Tal religión erótica es el caramelo envenenado que la astucia del Mal ofrece para insensibilizarnos ante lo monstruoso. En las escuelas, se introducirá una «educación sexual» obligatoria -conculcando el derecho de los padres a elegir la educación moral que desean para sus hijos- que desvinculará la sexualidad de los afectos, convirtiendo el mero disfrute genital en una nueva idolatría. Esta idolatría de la sexualidad desligada de los afectos acarrea siempre consecuencias anímicas funestas, como cualquier conocedor del alma humana sabe; pero lo que la nueva religión erótica propone es precisamente nuestra deshumanización, de modo que niega con desparpajo tales consecuencias anímicas. Y para negar las otras más estrictamente físicas, la religión erótica promete a sus adeptos píldoras abortivas que podrán comprar como si fuesen gominolas en cualquier farmacia; y, en caso de que las gominolas no se tomen a tiempo, les promete que habrá médicos que extirparán esas «consecuencias funestas» como se extirpa una verruga.
Es una estrategia diabólica, que empieza halagando los instintos hasta convertirlos en pasiones putrescentes y que, una vez conseguido ese primer estadio de esclavitud (pues esclavos son quienes se guían por la mera satisfacción del placer), obliga a la sociedad entera a ser cómplice del mal que el halago de esos instintos ha desatado, enfrentando a padres con hijos, obligando a médicos y farmacéuticos a contrariar sus convicciones morales so pena de condena al ostracismo. Frente a esa estrategia diabólica, cualquier intento de proponer una antropología meramente humana es percibida por los adeptos a la religión erótica como inhumana y torturante, propia de fanáticos que reprimen su placer. Y tal estrategia que se regodea en la corrupción de una sociedad entera y la hace partícipe de su odio desenfrenado a la vida sólo puede entenderse plenamente si se acepta su dimensión sobrenatural: "Pongo eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya".

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