Actualidad - El muro de Berlín, ¿Se le ha caído encima a la izquierda o... a la derecha?


Como saben por cualquier medio de comunicación, la noticia deL 9 de Noviembre de 2009, es la celebración de la caída del muro de Berlín, donde se han reunido todos los mandatarios de entonces y de hoy para empujar las fichas de dominó y hacer como que la tapia se derrumba de nuevo.
Como quien les escribe suele ponerse casi siempre a la defensiva en cuanto que se produce cierta unanimidad acerca de algo, acaba encontrando a fuerza de navegar por las procelosas aguas de los mares de internet que una no está sola en este escepticismo. Y esta vez el nadador contracorriente es D. Juan Manuel de Prada. Miren lo que escribe a propósito de la caída del muro de Berlín, en el ABC de anteayer, 7 de Noviembre:

"JUAN MANUEL DE PRADA
Sábado , 07-11-09
La celebración del vigésimo aniversario de la caída del murito de Berlín tiene a la derecha encantadísima de la vida; y en tan mentecata alegría descubrimos el mismo masoquismo pánfilo del agonizante que celebrara el aniversario del día que contrajo la enfermedad que habrá de llevarlo a la tumba. «¡Pero si con la caída de eso que usted llama irreverentemente murito conmemoramos la caída del comunismo!», nos dirá un iluso. Pues no, bendito de Dios: lo que ocurrió en fecha tan emblemática (permítasenos parodiar el lenguaje tontorrón de las celebraciones) fue que la izquierda completó una mutación inteligentísima que había iniciado dos décadas atrás.
¿Y en qué consistió esa mutación?, nos pregunta el iluso, desconcertado. Pues consistió en aceptar que el llamado «socialismo real» estaba fracasado; y que si la izquierda deseaba triunfar, imponiendo una ingeniería social que ejerciese un poder omnímodo sobre las conciencias, tendría que disfrazar su metamorfosis de renuncia o concesión. Durante décadas, la izquierda había tratado de destruir un modelo de sociedad que, por decirlo sumariamente, se fundaba en el legado cristiano, o en la frágil y conflictiva supervivencia de tal legado dentro de un orden liberal; y, para destruir ese modelo de sociedad, atacó su orden económico, instaurando un orden contrario a sangre y fuego y definiendo una serie de «dogmas ideológicos» de obligado cumplimiento que se imponían mediante la violencia de los cuerpos (estado policial) y la violencia de las almas (propaganda). Pero tales «dogmas ideológicos», que anhelaban la abolición del hombre mediante la represión de su naturaleza, no tardaron en revelarse ineficaces; pues en los hombres sometidos a su dominio no tardó en aflorar una nostalgia de la libertad perdida. Entonces la izquierda cambió su estrategia: puesto que los hombres sometidos a su tiranía identificaban esa nostalgia perdida con las ventajas que ofrecía el «mundo libre», decidió que el mejor modo de culminar su proyecto de ingeniería social no consistía en imponer dogmas represores de la libertad, sino en exaltar hasta la deificación la libertad humana. La izquierda entendió que el modo más eficaz de lograr la abolición del hombre no era aherrojarlo con cadenas, sino postular una libertad omnímoda que desembridara su conciencia moral, convirtiéndolo en esclavo de sus pulsiones; y entendió también, muy sagazmente, que el mejor medio de cultivo para culminar ese propósito era el orden económico liberal.
Si hasta entonces la izquierda había sido dogmática, a partir de entonces se erigió en defensora de la ausencia de dogmas. El «Haz lo que quieras» se convirtió en su lema risueño; y prometió a sus adeptos que todos sus caprichos y apetencias serían encumbrados a la categoría de sacrosantos derechos. Para completar su metamorfosis, la izquierda escenificó muy socarronamente un «intercambio de cromos» con la derecha: concedió que el orden económico que ésta postulaba era preferible al orden comunista (que, por lo demás ya se había revelado un cachivache enojoso e inservible, tan enojoso e inservible como el murito de Berlín; y, a cambio, impuso un nuevo orden social donde la conciencia desembridada de referentes éticos acabaría chapoteando en los lodazales del relativismo. Así, desde que cayese el murito de Berlín, la izquierda ha podido dedicarse sin obstáculos a diseñar una sociedad a su medida, donde los paradigmas culturales son de inconfundible acuñación izquierdista; y donde a la derecha no le queda otra salida que aceptarlos, si no desea ser tachada de reaccionaria y oscurantista.
Esta supremacía hegemónica del orden social propugnado por la izquierda es, en resumidas cuentas, lo que la derecha pánfila celebra en este vigésimo aniversario de la caída del murito de Berlín. Con su pan (que es el pan del esclavo) se lo coman."

La verdad, después de haberlo leído, sentí como se abría paso en mi mente una de esas ideas luminosas nuevas que terminan haciéndote exclamar interiormente: "¡Lleva razón, ¿seré mentecata?¿cómo no me habré dado cuenta antes?"

Porque es totalmente cierto. La izquierda en estos años ha venido mudando de piel, como la mudan las serpientes. El socialismo real antes era una dictadura hosca, feroz, sanguinaria incluso. Hoy el socialismo de nuevo rostro se nos presenta con un rostro amable e impone su tiranía a través del dominio ideológico y propagandistico de lo políticamente correcto.

Hoy no se pueden cuestionar ciertas ideas sin ser señalado por el dedo acusador de la nueva Inquisición. Esas ideas todos sabemos más o menos cuáles son en cuanto que nos pongamos a pensar con un poco de objetividad

La primera es que no hay verdades morales objetivas, sino que lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto depende de lo que digan las mayorías democráticas, eso sí, convenientemente trituradas previamente por la propaganda. Un ejemplo es lo que está ocurriendo con el aborto: se transmuta un crimen en "derecho a decidir", negando si hace falta la evidencia científica (el feto es un servivo, pero no un ser humano), todo para hacer una ley a medida del lobby abortista, para que no tengan ni que molestarse en pergeñar un enojoso fraude de ley aprovechando el coladero de la ley actual.

La segunda es que el Estado es o tiene que ser laico (no aconfesional como dice la Constitutición, sino laico), y en consecuencia, hay que suprimir del ámbito público toda referencia religiosa, reduciéndose luego esa beligerancia anti-religiosa a anti-catolicismo. Porque al Islam, ni tocarlo, que para eso estamos pergeñando la alianza de civilizaciones.

La tercera es que a toda costa hay que aceptar como enemigo de la libertad y yugo enojoso todo aquello que provenga de la tradición judeo-cristiana y grecorromana. Así, cualquier unión o revolcón puede llamarse matrimonio; y cualquier grupo humano es una familia. Y la juventud es maestra de sí misma, nadie puede toserle ni enseñarle nada, ("no me ralles", dicen ellos); y a los ancianos, en vez de cuidados, respeto y veneración por su sabiduría, hay que proporcionarles lo antes posible un "derecho a una muerte digna".

Y la derecha, o al menos la parte más visible de la derecha, el PP, haciendo dejación de la defensa de los principios que, en teoría, debieran ser suyos, aceptando a cambio como incuestionables los principios de los progresíes, con tal de no ser tachados de reaccionarios. ¿A quiénes se les ha caído encima los escombros del muro de Berlín...?

Otro día hablaremos del fracaso de la derecha...

Publicado por colaborador Solúcar Magazine: Mon Mothma.

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