
El viejo campanario de la iglesia de San Eustaquio guarda en su interior numerosos secretos sobre vivencias acaecidas siglos atrás. Sin embargo, también contiene algún que otro tesoro, no tan secreto, pero sí imperceptible a la mirada de muchos que pasan por su lado diariamente. Vamos a dedicar este artículo a unos viajeros incansables que regresan todos los años y que, desde el cielo, encuentran en él el fin de su viaje, el regreso a su hogar.
Arriba, cerca de las nubes, tenemos a nuestro viejo matrimonio de Cigüeñas blancas. A su llegada deben esmerarse en arreglar lo que el desalmado invierno ha destrozado en su artesano nidal, reconstruyendo su estructura para dar seguridad a sus futuras crías. Por ello, cuando en el suelo olemos a incienso y preparamos nuestras túnicas, ellas, en el cielo, se afanan por transportar en su largo pico numerosas ramillas con las que dar de nuevo consistencia a su nido. En primavera debe estar todo a punto y ya, en el porche, podremos escuchar el incesante crotoreo con el que nos anuncian que están listas para volver a ser papás. Luego llegarán los huevos y, luego, las crías. Éstas crecerán poco a poco, esperando el momento de su primer salto. Deben estar preparadas, ya que es uno de los momentos más delicados de sus vidas. Para ello irán fortaleciendo sus alas, allí en el quicio de la torre, batiéndolas una y otra vez, hasta que llegue el día en el que decidan que están listas para comenzar su vuelo.
Junto a ellas, más abajo, en las cuatro paredes que conforman la estructura de su torre, podemos observar la presencia de numerosas oquedades cuadradas. Éstas, en su día, se utilizaron para encajar los andamiajes necesarios para la construcción de la misma. Hoy, esas oquedades, conforman el hogar de numerosas parejas de Cernícalos primilla, pequeños halcones que sobrevuelan desde hace siglos el cielo de nuestro pueblo. Su pequeño tamaño no les impide enfrentarse a la aventura de la migración, forzados por la llegada del frío invierno. Un largo viaje de miles de Kilómetros donde, entre otros peligros, deben cruzar los casi 20 Kilómetros que separan el continente europeo del africano. He podido ser testigo durante varios años de ésta peripecia. Tras mis prismáticos, podía observar como la fuerza del viento les “revoleaba” incansablemente y, en muchos casos, les desviaba de su rumbo, llevándoles de forma segura a una muerte por agotamiento. Es impresionante como se enfrentan a la fuerza que ejerce un viento en contra y como baten y baten sus pequeñas y puntiagudas alas sin desistir de su empeño por volver.
Pronto entraremos en los meses de primavera y ansío volverlos a ver. Primero las Cigüeñas, afanándose por reconstruir de nuevo su hogar. Luego, al atardecer, los Primilla, reunidos en torno al campanario, con sus típicos vuelos circulares y sus llamadas agudas. Esto me recuerda que el frío ha pasado y que, ellos, otro año más, han conseguido regresar a su hogar.
Publicado por colaborador SM: N.G.León.
Foto cigüeña en campanario S.Eustaquio: N.G.León
Este artículo me ha recordado un antiguo refrán castellano, que si la memoria no me falla, también era de los que ensartaba Sancho Panza: "por San Blás (3 de Febrero) la cigüeña verás, y si no la vieres, buen año de nieves"